Experiencias

La muerte nos acecha en la medina de Marrakech

No, no es un título sensacionalista. Resume una noche que comenzó como un paseo y terminó siendo nuestra peor pesadilla. Todo lo que voy a relatar en este post fue real y esperamos sirva de advertencia para aquellos incautos como nosotros, que pusimos nuestra propia vida en juego.

Pero antes de entrar en los detalles, voy a dar un poco de contexto para el que no conoce Marrakech.

Marrakech, el centro comercial del noroeste africano

Si hay un lugar en África en el que encontrarás de todo, ese es Marrakech. Su medina es la parte donde se congregan las actividades de la población y sirve de centro comercial con su intrincado zoco.

Desde tiempos inmemorables los mercaderes nómadas lo utilizaban como punto de encuentro para el intercambio de productos. Un centro neurálgico donde los artesanos y comerciantes subsisten hasta nuestros días, tentando a miles de personas que pasean atentos a conseguir algún buen trato.

Aquel agosto de 2022 cuando estuvimos 3 días, nos llamó la atención cómo estaba todo finamente orquestado para optimizar los espacios e inundar la vista con los más disímiles productos, entrelazados en tiendas que parecían no poder contener semejante enjambre de personas pululando de aquí para allá.

Ni bien posas tu mirada en algún objeto, tendrás a algún comerciante hablándote en tu idioma para convencerte de que es la mejor oportunidad de tu vida. Allí todo era bullicio y asfixia, con un calor agobiante que en pleno día no baja de los 40 grados. En su plaza principal, Jemaa el-Fna, se congregan varios puntos de expendio de comida, encantadores de cobras y todo tipo de vendedores. 

La medina de Marrakech

Como expliqué, la medina es el centro de actividades de la ciudad. Aquí se concentran básicamente los lugares de interés de todo tipo y es el lugar preferido por los turistas. Desde alojamientos, restaurantes, plazas, museos, hammanes, comercios, etc. Todo está dentro de la medina. Y por supuesto, su zoco, que es el mercado. Aquí, lo importante a destacar son 2 cosas.

Primero, la medina con su zoco es particularmente un lugar amurallado con intrincadas calles laberínticas, generalmente peatonales, que permiten la circulación de personas o carros, pero que a su vez ofrecen seguridad a los comerciantes en caso de que posibles ladrones quieran escapar fácilmente. Salir de allí sin conocerla no es tarea fácil.

Segundo, al ser un lugar amurallado, tiene entradas con puertas que a determinada hora se cierran. Esto no lo sabe mucha gente, tampoco lo sabíamos nosotros. Es un lugar que cuando cae el sol, las tiendas van cerrando hasta no quedar nadie. Como la mercadería queda dentro de las tiendas, personal de seguridad cierra las puertas de la medina para asegurar el lugar hasta que comience la actividad al día siguiente, y el ciclo se repite día a día. De noche, el lugar queda vacío y cerrado.

El preludio de una pesadilla

Estábamos alojándonos en un riad (casa típica marroquí con múltiples habitaciones) fuera de la medina, a unos 200 metros del extremo norte. Esa noche decidimos salir a recorrer un poco el zoco, y luego de cruzar la medina por dentro terminamos en la plaza Jemaa el-Fna (situada fuera de la medina en el extremo sur).

De a poco iba cayendo la noche y tentados por cenar algo cómodos, nos cruzamos a un restaurante que tenía una linda terraza con vistas a la plaza. La postal era maravillosa desde arriba, con gente y tiendas coloridas por doquier (foto más abajo). La álgida vida de Marrakech en su momento cúlmine hasta que el orbe dicte otra jornada y todo vuelva a repetirse.

En un momento dado, como preludio de lo que iba a acontecer, la mezquita de la plaza comenzó a recitar sus oraciones. Para el que no conoce, las mezquitas recitan oraciones por altoparlantes 5 veces al día y dependiendo de la hora, puede ser algo molesto (sobre todo cuando uno no profesa el islam).

Pero, particularmente para el que no conoce ni siquiera el idioma árabe, esas oraciones suenan algo así como mantras tenebrosos e hipnóticos. No podía evitar que mi cerebro interpretara: “Tienes que obedecer o atenerte a las consecuencias”. Intimida y hasta da un poco de miedo escuchar eso de noche.

Algo anda mal en la medina

De un momento a otro, empezamos a notar que la gente comenzaba a abandonar la plaza casi silenciosamente, como arreados por una fuerza invisible. La intensidad del bullicio comenzaba a apagarse y cuan pájaros cuando cae el sol, la gente iba desapareciendo.

Decidimos que era momento de regresar al riad, aunque para nuestros ánimos aún era temprano. Recordemos que al ser argentinos, nosotros somos más de tranco largo. Nos gusta comer más tarde y pasear más durante la noche. Nada de volver a casa temprano.

Buscando el camino para volver, decidimos que lo mejor era volver por donde vinimos. Era el camino más corto e implicaba volver a cruzar la medina hasta el otro extremo y salir a metros del riad.

Seguimos a un tumulto de gente que se movía hacia nuestro destino mientras los comerciantes iban acomodando sus pertenencias ya pensando en la próxima jornada. Veíamos cómo detrás de nosotros comenzaban a bajar persianas y apagar algunas luces. Nada fuera de lo normal, ya que la gente se estaba retirando.

Ya estábamos pasando por el medio de la medina y sólo era cuestión de minutos para llegar a nuestro riad. El camino aún estaba bien iluminado por luces de calle repartidas irregularmente por cables que cruzaban de un lado a otro y algunos locales que todavía no cerraban.

Pero en algún punto perdí la referencia y dudé: había locales que tenía en mi mapa mental pero que ahora ya no estaban a la vista. Un giro a la izquierda y luego a la derecha. No, no era por aquí. Ale, quién confía plenamente en mí para la ubicación geoespacial, estaba insegura de mis movimientos. Me preguntó si estaba ubicado y le contesté afirmativamente. Volvimos algunos metros para retomar por otro camino.

Las calles se fueron transformando en zonas más oscuras y lúgubres. Nos movíamos más rápido tratando de retomar el camino hacia el riad. De nuevo, giros hacia un lado y hacia el otro, teniendo la esperanza de encontrar una referencia a la vuelta de cada recodo. La gente iba desapareciendo al ritmo de chasquidos de dedos, como si se los tragara la tierra.

De repente, un silencio sepulcral invadió el ambiente.

Jemaa el-Fna
La populosa plaza Jemaa el-Fna, minutos antes de comenzar nuestra pesadilla

Comienza el juego del miedo

Ale se empezó a impacientar mucho y yo trataba de contener la paciencia, algo que generalmente me cuesta. Pero en situaciones de estrés, me suele pasar lo contrario, porque entiendo que para encontrar una solución tengo que tener la cabeza fría, o lo más fría posible. Pero fue imposible mantener la calma con Ale que a esa altura ya me recriminaba por habernos perdido.

Decidimos volver por nuestros pasos hasta la salida sur, para salir por la plaza en donde estuvimos minutos antes. Seguimos instintivamente por una calle que nos llevó a una salida, pero la puerta estaba cerrada. Encima, nadie a la vista para preguntar. Nos dimos cuenta en ese momento que podíamos quedar encerramos en la medina si no actuábamos rápido.

Intentamos otra vez volver al riad por el camino hacia el norte, pero esta vez con el GPS del celular guiándonos. No recuerdo con toda claridad el momento, pero algún comerciante apareció entre las sombras en sentido contrario y nos dio a entender con gestos que la puerta norte seguía abierta (aún no entiendo cómo interpretamos eso). No se podía confiar en nadie a estas alturas, pero uno veía el camino en el mapa y sólo había que seguir la línea demarcada hasta la salida. Rogamos que esta vez no fallara.

Seguimos el mapa mientras intentábamos encontrar alguna referencia conocida. Nada era como se veía de día. Ya todo era un camino oscuro zigzagueante que cada tanto ponía una pared o bifurcación enfrente. La noche había transformado el escenario en un gran laberinto donde sólo faltaban las trampas y los monstruos para que fuera una película de Hollywood.

El juego se intensifica

Nos movíamos rápido siguiendo las pistas del mapa. Un giro aquí, otro allá. De vez en cuando veíamos alguna sombra moverse entre los intrincados corredores oscuros. Nuestra vista ya se iba acostumbrando a la eterna oscuridad.

No teníamos que asustarnos, ni tampoco perder el temple. Nuestro objetivo era salir de allí pronto.

Según el GPS, estábamos muy cerca de la puerta norte, que suplicábamos esté abierta. La esperanza de salir de ese tormento era más real.

Faltando unos pocos metros para llegar, entre la oscuridad y apoyado a una columna, un joven con aspecto sucio y desalineado nos balbuceó algo ininteligible. Tendría unos 18 años, estaba fumando y su ropa era harapienta. Habló en árabe, pero luego hizo el cambio al inglés para preguntarnos si necesitábamos ayuda.

Ale presintió que algo andaba mal, me tomó del brazo y me suplicó que lo ignoráramos. Yo no quería demostrar miedo y actué con normalidad para no dar ninguna ventaja psicológica. Ante estas situaciones, creo que actuar con miedo sólo empeora las cosas.

Primero lo ignoré, pero ante su insistente persecución pensé que sería mejor darle una oportunidad. Pensé que si su intención era robarnos que lo hiciera ahora, caso contrario que nos brindara su ayuda a cambio de una propina. Algo iba a dejar en esa transacción. Ya no había escapatoria.

Le mostré el mapa en mi celular y le expliqué que queríamos salir de allí. Ale insistía en que era una trampa y que nos fuéramos (!¿donde?!). El chico dijo algo que no recuerdo y nos pidió que lo siguiéramos. Ale no quería avanzar y yo comencé a seguirlo, porque iba en la misma dirección que marcaba el GPS.

El chico iba adelante marcando el paso, doblando con seguridad en cada esquina. Cada tanto daba vuelta la cabeza para ver si lo seguíamos. Yo no dejaba de mirar el mapa para ver si se desviaba del camino. Si lo hacía, estaríamos en problemas. 

Todo parecía marchar bien, hasta que en el último recoveco que tomamos, ante nuestros ojos apareció la tan ansiada entrada norte. ¡Estaba abierta! El alma volvía finalmente a nuestro cuerpo. Nos miramos con Ale sin poder creer que habíamos logrado salir de esa pesadilla. Sólo unos metros más y nuestra libertad estaría asegurada.

¡Corriendo por nuestras vidas!

Faltaban unos 10 metros para cantar victoria. El chico en el que habíamos desconfiado había sido nuestro salvador. Seguramente nos esperaría en la salida para recibir su tan merecida recompensa. Lo vimos atravesar la puerta que dejaba ver el mundo libre. La medina había sido derrotada.

Nuestra mirada seguía enfocada en el chico. Ni bien cruzó la puerta, el cuerpo del joven quedó congelado por unos milisegundos. Su cara se transformó como si hubiera visto la misma muerte. De repente, desde las penumbras del costado de la puerta en el exterior de la medina, alguien gritó algo indescifrable en árabe señalando al joven que estaba con nosotros.

Un grupo numeroso de jóvenes que estaban agazapados entre las sombras, salió corriendo abalanzándose sobre el muchacho que indefenso salió corriendo como una exhalación hacia el lado contrario. Los gritos arabescos eran de cacería y por unos instantes reinó la confusión absoluta.

Ale gritó algo como “¡Rajemos de acá!” y acto seguido salió corriendo por donde vinimos, hacia la plena oscuridad. Yo no salía de mi asombro y quedé congelado unos instantes más tratando de asimilar la situación.

En fracción de segundos pude ver cómo perseguían al muchacho con ansias de cobrarse alguna deuda, y por eso entendí que no eran un peligro inmediato para nosotros. ¿Convendría salir y arriesgarnos? ¡Estábamos a menos de 5 metros de la salida! Pero viendo cómo Ale se alejaba entre las sombras, entendí que si no la seguía, nos íbamos a desencontrar sumando otra complicación a nuestra supervivencia.

Contradictorio, decidí correr junto a Ale que había salido disparada hacia el interior de la medina otra vez, sin rumbo preciso. El abandono de Ale me había hecho entender que había actuado por instinto y que estaba muy asustada. La sobrepasé tratando de llegar a algún lugar seguro, pero todo era confusión y oscuridad. Comencé a asustarme tanto como ella.

Podíamos asumir que nos seguían, pero no nos animábamos ni a girar la cabeza para averiguarlo. Por el miedo, teníamos la sensación de que manos invisibles nos agarraban y tiraban hacia atrás, que había ojos nos observaban desde las entrañas de esa prisión laberíntica. Una vez más, esa extraña fuerza que gobierna la medina nos había empujado hacia adentro. Nos había ganado y no había manera de salir vivo de allí.

No podemos confiar en nadie

Seguimos corriendo desesperadamente hacia ningún lado por varios segundos más, tratando de volver a ordenar nuestra confundida cabeza. La agitación hacía que mermáramos el ritmo cada tanto, pero pensar que podían estar persiguiéndonos hacía que no paremos de correr desesperadamente. Buscábamos ayuda urgente.

No sabemos cuánto tiempo pasó mientras corríamos hasta que vimos a lo lejos una tienda abierta con una tenue luz. Nos acercamos rápidamente y notamos la presencia de alguien sentado adentro. La persona estaba cabizbajo enfrascado en sus labores artesanales. Habrían sido ya más de las 10 de la noche y esta persona estaba trabajando como si fuera la mañana.

Llegué primero y al instante llegó Ale. Agitados y doblegados por la desesperación le pedimos ayuda. El artesano era un hombre de mediana edad que al vernos quedó pasmado y sorprendido por la imagen. Creo que no esperaba enfrentar una situación así y encima no entender un pomo (nada) de lo que le decíamos. El idioma otra vez como barrera para poder resolver una emergencia. 

El hombre trató de calmarnos, ya que entre lo agitados que estábamos y nuestro idioma incomprensible, no sabía qué hacer. Intentó decirnos que siguiéramos por un camino señalando hacia la oscuridad, a lo que le respondimos negativamente explicando que por ese lado era peligroso. Entendió que éramos unos pobres extranjeros perdidos y trató de calmarnos una vez más.

Casi inmediatamente aparecieron a lo lejos unas figuras humanas que se acercaban hacia nosotros. Supusimos que eran los mismos hombres que habían perseguido al muchacho que nos ayudó antes, pero al acercarse notamos que su aspecto era diferente. No recuerdo en detalle cómo eran, pero el que habló primero vestía un jean y un saco caqui. Tenía la típica cara de árabe, pero con el ceño fruncido. Cara de pocos amigos que no lo hacían más confiable que el resto.

El artesano de la tienda dijo algo en árabe que no hizo más que incomodarnos otra vez. Con Ale nos miramos y la transmisión de pensamiento nos hizo presumir que éramos carnada fácil otra vez. El hombre con cara de pocos amigos nos dijo en un inglés casi inentendible que trabajaba en seguridad y que nos acompañaría hasta la salida. 

Ale le pidió una identificación y el hombre con cara de “no me jodas” atinó a sonreír sarcásticamente. A continuación mostró un walkie talkie. Nos volvimos a mirar con Ale y me dijo: “Ni loca me voy con este tipo”. El tipo no hizo el mínimo esfuerzo por demostrar que era confiable. Traté de pensar si no era nuestra última oportunidad de salir de ahí. La otra opción era quedarnos a merced de cualquier cosa que pudiera surgir si no lográbamos salir de esa maldita medina. 

Una pequeña luz de esperanza

Le dimos la negativa al supuesto hombre de seguridad de la medina, que no hizo otra cosa que encogerse de hombros y seguir su camino con su séquito de soldados. Allá se alejaba en la oscuridad tal vez la única llave para salir. No sé por qué, pero me alegré de no volver a verlo.

Nos volvimos hacia el artesano que a esta altura quería ser tragado por la tierra. Se lo notaba cansado por el largo día de trabajo y comenzó a ordenar todo para irse a descansar. Le pedimos por favor que nos acompañara hasta donde pudiera para que podamos salir, a lo que accedió a regañadientes.

No podíamos (y a esta altura ni queríamos) confiar en nadie, pero era entregarnos a la voluntad del artesano o quedarnos ahí a soportar lo que viniese de las oscuras tinieblas. El hombre montó su bicicleta y lo seguimos como pudimos por el laberinto.

Nos condujo nuevamente por oscuros corredores zigzagueantes que nos ponían nuevamente en extrema alerta. Cualquier sombra o ruido era maximizado por nuestros sentidos que a esa altura actuaban en modo supervivencia.

Para nuestro alivio, encontramos la puerta norte. La misma en la que minutos antes presentimos la muerte. Esta vez nos recibió en paz, como si el espíritu de la medina nos eximiera del atroz castigo que nos merecíamos por perturbar sus más oscuros secretos.

Cruzamos al fin por el portal, sin antes mirar atrás sobre nuestros hombros y jurar nunca más volver a desafiar a la medida de Marrakech.

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