Reflexiones

Detenido por Interpol en Colombia

Este relato es verídico, pero vamos a imaginar que eres tú el protagonista. Quiero que te imagines y vivas en carne propia mi experiencia. ¿Listo?

Tomas un vuelo desde Panamá hacia República Dominicana haciendo escala en Bogotá. Son algunas horas de espera y todo parece marchar normal. Casi nadie podría imaginar que durante tu viaje, lo que debiera ser una apacible conexión hacia otro destino, de repente se convierte en una terrible pesadilla.

Imagínate que llegas a un aeropuerto de conexión al que le dedicarás algunas horas. Nada especial, ya que estás de paso. Tienes pensado ir a un hospedaje cerca del aeropuerto para descansar las pocas horas hasta el próximo vuelo a Santo Domingo. Tienes tu reserva hecha y la documentación en regla. El plan va de maravillas.  

El piloto te da la bienvenida a Colombia. Caminas por la manga y el clima te da la primera impresión del lugar. Es templado y el sol parece exagerar la sensación térmica del pronóstico. El clima es más seco que las playas de donde vienes y lo agradeces mirando al cielo. Bogotá te encanta sin siquiera conocerlo. Exultante, vas camino hacia la libertad:  las calles de esta maravillosa ciudad.

Cómo llevas la mochila que traes desde la cabina, no tienes que buscar equipaje. Tuviste todo planeado para salir a la calle primero (como siempre) mirando sobre tus hombros las pobres figuras que deberán pasar al menos varios minutos más que tú para salir ilesos de esa jungla de viajeros.

Ahora la última posta: migraciones. Vamos, vamos! Entras en la infinita víbora de cintas que configuran un camino laberíntico hacia los puestos de migraciones. Poca gente a la vista, aunque debes seguir el camino que dicta la autoridad, así no haya nadie a quién organizar en fila. Todo sea por cumplir las normas, vas de un lado a otro, avanzando en zig zag. Miras a tu alrededor, todo fluye. Es como una sinfonía de Beethoven. Todo sincronizado. Todo suena bien. Ya imaginas la música en cada esquina, la gente alegre sonriendo. ¡Colombia te quiero!

Tienes 4 familias por delante, pasan rápido. 1, 2, 3… 4. Ya estamos. Miras a tu alrededor. Tu compañero te guiña el ojo. Estás saboreando lo que vivirás afuera de esa prisión de aviones y tiendas caras. Pasa tu compañero al puesto de migraciones, te hace señas que lo sigas. Llegan, presentan sus pasajes y pasaportes. Te desentiendes del trámite, porque es justamente un trámite. 30 segundos, 45 a lo sumo y listo. Hola y chau.

“Hola, buenas tardes”. Caras sonrientes en ambos lados del cristal. El agente mira el pasaporte de tu compañero. Algunas muecas. Nada. “Gracias, adelante por favor”. Nada de fotos o huellas. Raro.

Tu turno. El agente sonríe. Pasa una hoja del pasaporte. Otra hoja. Se detiene. Te mira. Mira la pantalla del sistema. Teclea algo. Su cara cambia como si viera la foto de su suegra desnuda. Pasaron unos segundos con su cara desencajada. “Se tildó el sistema”, pensé. 

Su postura de repente cambió. “Síganme por favor”. Miraste a tu compañero sin entender. ¿Cambiamos de PC? ¿Qué porquería le dan a esta gente para trabajar que tenemos que cambiar de puesto? Pasamos un pasillo y llegamos al último puesto que se veía en la línea antes de pasar a la libertad. Había un cartel de “Supervisor”.

Tu inocencia no entiende la movida. Te habían derivado al supervisor de migraciones por algún motivo. Sigues creyendo que todo es un problema del sistema, seguramente tildado. Pobres.. ¡Cómo se puede trabajar así! Sientes pena por el agente. El supervisor recibe tu pasaporte y comienza a ojearlo, hoja por hoja.

“¿De dónde vienes?”, pregunta. “Panamá”, contestas sin vacilar. Tu atención ya se centra en lo que hace el supervisor con tu pasaporte. Con él en mano, comienza a scrollear por la pantalla. Baja, baja, baja más. Teclea. Baja, ahora sube. Teclea. Frunce el ceño. Transpira.

Päsan 2 minutos… 5 minutos. Miras a tu alrededor todo el tiempo. Pasan 10 minutos. Nadie lo asiste para agilizar el trámite. Ya sabes que algo no cuadra, pero estás convencido que es algún mal funcionamiento del maldito sistema. Siendo del palo de sistemas, sabes que estas cosas suceden. Nada de qué preocuparse. Tranquilo… Tranquilo. El supervisor está nervioso, lo notas. Algo anda mal.

Luego de marearse con la pantalla varios minutos, el supervisor sale de su cubículo agitando al aire tu pasaporte mientras da la voz de “Por favor, acompáñeme”. Obviamente, tu no entiendes nada y preguntas a qué se debe esa orden anormal dentro de un trámite que debiera tardar sólo un minuto. “Alerta de Interpol”, tira sin anestesia. Un mazazo de frustración invade tu cuerpo. “¿¡Qué!?” Tiras al aire. “Por favor, acompáñeme”, repite.       

Atinas a decirle a tu compañero que está frente a ti perplejo que busque el contacto del consulado o la embajada de tu país en Colombia. Temes lo peor. Miras a tu alrededor sin ver nada. Enfocas la salida. 50 metros. Puedes correr. Eres inocente. ¡Corre, huye!

Vuelves a la cordura. Si eres inocente, ¿por qué piensas en correr? Instinto de supervivencia tal vez, pero debes entender que si te escapas será peor. Respiras profundo, transpiras. Tus manos están mojadas, frías. “Acompáñeme por aquí, por favor, serán 20 minutos”. ¿20 minutos para que?

Tu compañero te dice que averiguará, que aguantes. Tú te pierdes entre bastidores arrastrado por la fuerza del agente que te mueve sin tocarte. Cumples con impotencia con el protocolo que dicta la ley. Se abre una puerta, ves a tu compañero a lo lejos sacudiendo la cabeza, buscando explicaciones vacías. Te empujan hacia un pasillo. La puerta se cierra. El mundo, la libertad, todo se pone negro ante una privación que sentenció un sistema informático. Un sistema que puedes haber programado tú, con sus interminables errores. ¿Karma?

Caminas por un largo pasillo. El agente, que ahora nunca suelta tu brazo, te deposita en otra habitación cerrada por clave. Máxima seguridad para ti. Te recibe otro agente, más joven, con sonrisa sarcástica. Enseguida rompe el silencio que se corta con el nerviosismo del ambiente. “Estamos esperando respuesta de Interpol. Ponte cómodo, ¿quieres usar el baño?” Como si supiera que te estabas cagando encima del miedo infligido. Todo coordinado. Te aguantas, pero sin dejar de pensar que querías cagarles bien todo el baño de la impotencia. Te sientas en un sofá, tratando de pensar en nada. No pudiste.

Caminas de un lado a otro buscando respuestas en tus pensamientos. Miras a tu alrededor y descubres al costado un afiche de derechos y obligaciones de los detenidos en ese recinto. Lo lees. Lo vuelves a leer. No puedes creer que no dice nada, palabras vacías. Te preocupa un cacheo íntimo. Te preocupa el abuso de autoridad. Naciste en 1976 en Argentina y te da miedo lo que pueda sucederte. Estás marcado por la historia de represión.

5 minutos, 10 tal vez. Por la puerta entra una muchacha de mediana edad, detenida. Le preguntan y responde. Sale. 5 minutos más. Entra otra chica, se sienta, te sonríe. Sale. 10 minutos más. Pasa otra mujer. Responde. Sale. “Estoy al horno”, piensas. Nadie parece recordar que estás ahí. ¿Acaso se olvidaron de ti? Piensas de nuevo en ensuciar el baño.

De repente se escucha un tecleo desde el exterior. Pip-pip…piiiiii. La puerta se abre. Entra otro joven agente. “Acompáñeme”, ordena. Ves que se para en la puerta y te señala en una dirección. Te acercas. Temes lo peor. Ves que su brazo se extiende hacia el pasillo donde viniste. Lo miras, te mira. Su mirada es un puñal que te perfora. Quieres gritar pensando en tu libertad, algo que nunca pensaste que ibas a perder.

Lo sigues por el largo pasillo. Nunca te pesaron tanto las piernas. Todo es en cámara lenta. Una agonía que no parece tener fin. Llegan al final y toca una puerta golpeando con los nudillos, haciendo como un código morse. Es una clave, y otro agente abre la puerta desde el otro lado. Te haces señas que pases. 

Un haz de luz natural te da en la cara como señal divina. Parece celestial. Te das cuenta que volviste al punto de partida. ¿Qué está ocurriendo? Antes de cruzar miras al agente y le preguntas “¿qué pasa?”. Como un autómata te responde con un monosílabo: “Homónimo”. ¿Qué? Piensas un segundo. “¿Un homónimo?”, repites sorprendido. El agente asiente con la cabeza y te invita a salir luego de 40 minutos detenido.

Sales como si fueras un esclavo romano recién liberado. Inmediatamente frente a ti, a lo lejos ves al supervisor que inició tu detención, que que te hace señas “amistosas”. Te acercas casi por inercia. Lo miras. Te cuesta enfocar. Te sonríe liberado, como si te pidiera perdón sin decirlo. “Todo fue un error del sistema”. Te saluda afectuosamente, como si te conociera de toda la vida. Tu respondes sopesando toda esa sensación de libertad recuperada. Ahora todo es euforia. 

Miras hacia el costado, tu compañero viene a abrazarte como si hubieras vuelto de la misma muerte. Te comenta todo lo que tuvo que hacer para que el consulado le respondiera y te aseguró que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarte de las garras de esta injusticia. Te das cuenta que tienes a tu mejor amigo, porque en esos momentos es cuando se “ven los pingos”, como decimos en el campo en Argentina. 

Cuando tu alma estaba volviendo a tu cuerpo, ya pensando en salir de ese calvario, ves que se acerca nuevamente el supervisor de migraciones hasta donde estabas. Se para frente a ti, cambia la postura amistosa por la autoritaria, y tensando el ambiente vuelve a la carga: “No creas que estás a salvo. Al volver a pasar por migraciones podríamos detenerte nuevamente hasta que resolvamos este caso”. Lo miras incrédulo y respondes: “no creo volver a pisar Colombia en mucho tiempo”.

Sales del aeropuerto, Bogotá te recibe con música y alegría en cada rincón. Fin.

Nota: para terminar este relato, no quiero dejar pasar algunos tips que pueden ayudarte ante una situación como la que me tocó vivir. ¿Qué hacer si nos detienen fuera de nuestro país? 

  1. Puede que en algunos aeropuertos, como el de Bogotá, tengan controles más estrictos. Lo que me pasó a mí en realidad le pasó a mucha gente y hay que esperar que todo se resuelva positivamente. Lleva siempre tu documentación al día.
  2. Si te toca quedar detenido, nunca pierdas la calma. El personal de migraciones está tan nervioso como tú y tampoco quieren pasar malos momentos. Ellos sólo hacen su trabajo. Colabora brindando información que te soliciten para acelerar el trámite.
  3. No discutas o tengas comportamientos agresivos por impotencia. Vas a empeorar mucho la situación. Deja que todo fluya y todo terminará bien.
  4. Ten siempre el contacto del consulado o embajada de tu país en el país de destino, ya que pueden ayudarte en caso que se produzca alguna detención. Ellos deberán asesorarte en todo momento y brindarte apoyo diplomático.

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.