
Venía manijeando con esto desde hace mucho.
Viajar más. Viajar por más tiempo. Era una idea que me rondaba incluso cuando no la registraba de forma consciente. No me pregunten cómo lo sé. Simplemente… lo sé.
Con los años, fui moldeando ese deseo. Un deseo distinto. Al menos, distinto al del resto de la gente que me rodea.
Nunca quise una vida tradicional. Nunca soñé con la casa, la familia y los perros (bueno, lo de los perros un poco sí). Nunca soñé demasiado a largo plazo.
Pero siempre me imaginé viajando.
Ese viaje no siempre tenía forma. Ni plan.
Fui haciendo lo que pude: con mi carrera, mis estudios, mis vínculos sexo-afectivos, mi familia…
Pero el viaje seguía ahí, en mi cabeza.
El viaje como concepto, como pulsión, como añoranza.
Tomó su primera forma en 2004: mochila, carpa, cacharros colgando que tocaban melodías a cada paso.
Fue mi primer viaje sola. Organizado por mí.
Quizás la semilla se había sembrado mucho antes, pero esa fue la primera vez que se materializó como algo enteramente diseñado en mi mente.
Desde entonces, las formas fueron cambiando.
Se movieron, se moldearon.
Y en 2021, el viaje tomó otra forma: más contundente, más desafiante, más atemorizante.
Y sin embargo… se sentía genuina.
Genuina porque, cuando le di esta forma final —al menos por ahora— me sentí cómoda dentro de la incertidumbre.
Sentí que era el lugar al que, tarde o temprano, tenía que llegar.
Sé que aún faltan muchas formas. Y las espero.
Amo viajar.
Sentirme nómade.
Quedarme más tiempo de lo convencional en cada lugar.
Vivirlo de otra manera me satisface mucho.
Pero hay algo del viaje que no esperaba sentir:
Una cierta decepción.
Una frustración sutil.
Porque viajar no es viajar.
Viajar, ahora, es trabajar en lugares nuevos.
Hacer las compras en supermercados nuevos.
Cocinar en cocinas nuevas.
Limpiar casas nuevas.
Sí, claro.
Tiene su encanto ver qué frutas o verduras se venden en un súper del Caribe.
O hacer una pausa del trabajo para ir a una playa paradisíaca.
O usar el finde para conocer edificios históricos de una cultura completamente diferente a la mía.
Pero la rutina, esa cotidianeidad que inevitablemente se instala en cada destino, le roba un poco de “nuevo” a la experiencia.
Y no sé si eso es lo inesperado… o simplemente no era lo que imaginaba.
La verdad es que nunca pensé mucho en esta parte de los viajes.
Solo pensaba en viajar.
En vivir viajando.
En conocer de otra manera, desde otro lugar.
Y, sorprendentemente, esta decepción me pone contenta.
Porque la vuelve real.
La convierte en una experiencia verdadera para mí.
Quiero seguir decepcionándome.
Porque incluso así, es menos decepcionante que la otra vida.
Esa que, tal vez, vivo en un universo paralelo.
Esa donde me tomo vacaciones 15 días al año.
Esta es la decepción que elijo.
No salió como lo esperaba. Pero salió.
Y eso, ya es un montón.
❤️ Epílogo: esta reflexión sencilla y corta surgió como idea para un curso de escritura creativa que tomo. Me salió del corazón en un intento de inspiración. Y cuando la lei y la relei, senti que había plasmado a la perfección aquello que siento en viaje. Espero que muchas otras personas se identifiquen y se sientan inspiradas por estas reflexiones.
💡 Si tenés algo propio para contar respecto al viaje (o a la utopía y miedos de viajar), me encantaría leerte en los comentarios!